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Hay trayectorias que parecen una línea recta al éxito. Pero si te acercas, lo que realmente ves son curvas, pendientes, frenadas y saltos al vacío. La de Fernanda Guarro, directora general de 3M México, es una de ellas. Una mujer que fue descrita como un tren bala —veloz, imparable, eficaz—, y que con el tiempo aprendió que esa velocidad arrasadora no siempre era la mejor forma de avanzar.
Fernanda no solo lidera una de las compañías más admiradas de innovación en el mundo, también ha liderado su propia transformación. Una que inició hace más de dos décadas, cuando su historia profesional comenzó muy lejos de donde hoy está… y mucho más rápido de lo que cualquiera imaginaría.
Antes de continuar, una invitación: si esta historia te inspira tanto como a mí, puedes conocerla más a fondo en su libro El arte de hacer que suceda, ya disponible en Amazon en versión física y digital o en el Sanborns de tu preferencia. Este artículo es apenas una probadita. Lo que hay detrás es un testimonio de vida. Un libro escrito por ella misma, con honestidad brutal, sensibilidad y visión.
Fernanda creció en una familia compleja. Aunque tenía una media hermana mayor, se crió como hija única junto a una madre que fue diagnosticada con bipolaridad muchos años después. Creyendo que su padre había muerto, fue su abuelo quien ocupó ese rol, seguido por el hermano de su madre. A los siete años, descubrió que su apellido no era el de su padre biológico… y que él seguía vivo. Una infancia marcada por silencios, por una fachada de perfección que ocultaba dolor y preguntas sin respuesta.
“El deporte fue mi refugio”, recuerda. Fue atleta de alto rendimiento. Su abuelo —un empresario visionario que fundó una cooperativa emblemática en el país— le repetía una frase que se le quedó tatuada: “En mi familia no hay mujeres débiles.” Ella se lo creyó. Y lo convirtió en promesa.
Su carrera comenzó en una microfinanciera que apoyaba a mujeres en situación vulnerable. Pero el salto al mundo corporativo vino pronto. En una multinacional del sector agroquímico descubrió su pasión por la cadena de suministro. Después, en una farmacéutica global, lideró uno de los proyectos más complejos de su carrera: lograr que una vacuna de influenza producida en el extranjero pudiera distribuirse en México sin perder su estatus de “mexicana”. Tenía solo 31 años, enfrentaba salas llenas de hombres, pero tenía muy claro el camino.
Desde entonces, su estilo quedó definido: era directa, analítica, enfocada. Primero pensaba, luego sentía. Para ella, las decisiones eran blanco o negro. Sabía que quería éxito y no se distraía. Esa energía le trajo resultados. También le trajo una retroalimentación que le marcaría el rumbo:
“Tú eres un tren bala. Si en los dos segundos que paras en la estación alguien no se sube, te da idéntico. No tienes intención de voltear, parar o entender si todos están bien. Tú sigues.”
Y así fue. Fernanda iba derecha y no se quitaba.
Más adelante, en otra farmacéutica internacional, asumió la dirección completa de cadena de suministro. Controlaba todas las unidades de negocio. Recibió coaching por primera vez, lo cual amplió su visión estratégica. Aunque estudió administración, siempre se sintió ingeniera de corazón. Por eso estudió una maestría que le permitiera abrazar por completo ese perfil técnico que la definía desde siempre.
En 2017, se convirtió en la primera mujer en México en recibir el Premio Nacional de Logística. El tren bala estaba en su punto más acelerado.
Y entonces llegó 2013. Un año que la rompió por dentro y por fuera.
Murió su padre biológico. Poco después, su tío. Y una hora y media más tarde, su madre. Su matrimonio colapsó. Su perra, su compañera incondicional, también murió. Y como si el cuerpo supiera todo lo que ya no podía sostener, llegó una operación de columna que evidenció el desgaste profundo.
“Yo seguía yendo a trabajar, pero ya no era yo. Cumplía. Pero mi alma no estaba. Mi equipo cargó con todo. Y ahí entendí: tanto esfuerzo personal no era necesario. Me estaba rompiendo.”
Durante seis meses buscó respuestas. Se fue sola a un retiro espiritual de cinco días. Escribió. Se derrumbó. Se permitió sentir. Se hizo preguntas incómodas: ¿Qué quiero? ¿Para qué lo quiero? ¿Cómo quiero que me recuerden?
Y entonces, ocurrió lo inesperado. Aprendió a soltar. A quitarse la armadura. A ver más allá del blanco y negro. A descubrir los grises. A vivir desde un nuevo centro. A escuchar su intuición. A priorizarse.
Esa nueva Fernanda tomó decisiones diferentes: se casó de nuevo, y aunque nunca había querido ser madre, eligió buscar embarazarse. Llegaron sus gemelos. Era otra. Con otra energía. Con otra visión de lo que realmente importa.
Tiempo después, una gran oportunidad internacional llegó a su puerta. Por primera vez, dijo que no. Y lo hizo sintiendo, no solo pensando. “Sentí que no era el momento. Me escuché. Y fue lo correcto.” Poco después, llegó a 3M como directora de cadena de suministro.
Años después, una reestructura global eliminó su puesto. Pero Fernanda no se fue. Tomó una decisión estratégica: se colocó como Chief of Staff del Director General en México, quien también lideraba Latinoamérica. Esa posición fue clave. Desde ahí, aprendió cómo opera toda la organización al más alto nivel. Fue su entrenamiento, su laboratorio, su escuela. Una preparación natural para lo que venía.
Cuando se abrió la vacante para liderar 3M México, levantó la mano. Competía contra perfiles internacionales, con más años de experiencia. Pero tenía algo distinto: conocía la cultura, entendía el país, sabía ejecutar, y sobre todo, tenía una resiliencia inquebrantable.
Hoy es la primera mujer y la primera mexicana en ocupar ese puesto.
Hoy, su vida no gira en torno al trabajo. Se levanta a entrenar a las 5am, va a los eventos escolares de sus hijos, prioriza su salud física y emocional. “Me importa estar bien yo, para poder dar lo mejor. Mi prioridad soy yo. Y desde ahí… hago que las cosas sucedan.”
No ha perdido su energía. Sigue siendo un tren bala. Solo que ahora, tiene frenos. Ahora, ella elige cuándo acelerar… y cuándo detenerse.
A quienes vienen detrás, Fernanda les deja una reflexión poderosa: el miedo no debe ser un freno. Si lo tienes, hazlo con miedo. Lo importante es moverte. Pero también escucharte. No se trata de lanzarte sin conciencia, sino de saber cuándo decir que sí, incluso cuando no te sientes del todo lista. Porque nadie llega a una posición estando 100% preparada.
Invita también a construir desde lo que te hace distinta, a aportar más allá del puesto, a formar equipos excepcionales y a levantar la mano cuando algo te entusiasma, aunque aún no tengas todas las respuestas.
Y sobre todo, insiste en que el balance es algo profundamente personal. Que poner límites no es debilidad, sino sabiduría. Que lo verdaderamente valioso es ser tú misma. Siempre.
Fernanda entendió que no hay muchas versiones de ti misma. Eres una sola. Mamá. Líder. Mujer. Y que solo cuando estás bien contigo, puedes estar bien con el mundo.
Su historia es el ejemplo de que incluso los trenes bala necesitan parar. Que frenar no es rendirse. Es elegir. Y que el verdadero liderazgo no solo se mide por la velocidad… sino por la conciencia con la que avanzas.
Hoy lidera con propósito. Con compasión. Con visión.
Y sí, sigue siendo un tren bala.
Solo que ahora… ella decide.
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